Con la llegada del frío, agudizamos el ingenio buscando formas de protegernos. Salimos a la calle “capeados” como cebollas, cerramos puertas y ventanas, sacamos las mantas del sofá y planeamos las fiestas a cubierto Aumentan las horas en casa y, con ello, los recibos de luz y gas, por no hablar de la calefacción. Una forma de disminuir este consumo y ser, al mismo tiempo, más respetuosos con el medio ambiente, es tener un buen aislamiento. Seguramente habrán escuchado ya el término “envolvente”, definido como la cáscara de un espacio o edificio. Mientras más continua es, más aislado está su interior. Un espacio o edificio bien aislado, tiene menos pérdidas caloríficas, es decir, cede menos temperatura y necesita menor potencia para calentarse. Para que un edificio tenga una buena envolvente térmica, y acústica (van de la mano), hay que cuidar los posibles “puentes térmicos”. Estos son todo tipo de aberturas: puertas, ventanas, altillos… Hoy en día, las ventanas incorporan “rotura de puente térmico” y doble acristalamiento. Con esto evitan ese brusco cambio de temperatura. ¿Cómo conseguimos que nuestra puerta deje de ser un punto débil del aislamiento? Muy sencillo: introduciendo dentro de la estructura acorazada un aislante térmico de lana mineral, de la misma procedencia que los empleados para aislar muros. Con una puerta bien aislada, mejoramos la envolvente de la vivienda, reducimos la pérdida de calor y el impacto medioambiental y ahorramos.